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martes, 10 de enero de 2012

Violencias Invisibles. Los Micromachismos De La Vida Cotidiana.

El siguiente texto no es de mi autoría, sin embargo considero de vital importancia que sea conocido por el público en general.

Por Claudia Truzzoli

Cuando él llega del trabajo, ella ya ha salido antes del suyo para recoger a los niños del colegio y hacer algo de compra. Después prepara la cena y luego recoge la cocina. Cuando por fin se acuesta, agotada. Él quiere tener relaciones sexuales. “Mañana he invitado a cenar a Luis y Marta”, le dice él antes de dormirse, “prepararás algo especial, ¿verdad, cariño? Aceptar situaciones como esta, día tras día, mina la vida de las mujeres.
La violencia que se nos transmite en los medíos es fácil de reconocer por su grado extremo, que deja marcas visibles que nos espantan por su crudeza. Pero hay otras violencias, no tan fácilmente detectables, que son sutilmente agresivas y que lesionan sin que quien las recibe pueda percatarse de ellas; solo siente un malestar cuya causa no logra reconocer. De estas violencias invisibles nos pueden informar las médicas y los médicos de familia, que suelen atender sobre todo a mujeres, y no por un sesgo predeterminado sino porque, generalmente, son ellas las que acuden a buscar alguna solución a su malestar difuso.
Ese malestar tiene su origen en las circunstancias de la vida personal, en la falta de reconocimiento. El respeto es algo que esperamos de alguien que dice amarnos, y algo para ofrecer a quien amamos. Pero, a veces, nuestra cotidianeidad da por normales ciertas conductas que, sin embargo, hacen sufrir. Si nos atenemos a cualquier escena cotidiana de la vida familiar, no ven reconocidos sus esfuerzos ni son percibidas como personas con derecho a tener ningún deseo propio que no sea el de cuidar a marido e hijos.

Cuidar de todos y de todo.

Ser percibida únicamente como dadora de cuidados implica una violencia invisible para cualquier mujer porque se le están negando el derecho a desear algo para sí misma que no se satisfaga al entregarse al deseo de los demás. Pero nos equivocamos si creemos que solo las amas de casa tienen una vida carente de motivaciones porque ese malestar también afecta a mujeres que trabajan fuera de casa.
Imaginemos una escena: ella y él coinciden en sus horarios de vuelta a casa. Los dos están casados. ¿Qué hace él? Como está agotado, se acomoda en el sofá y pregunta qué hay para cenar  porque  quiere irse a dormir pronto. Si hay niños que desean jugar con papá, no siempre lo consiguen, pues, con la complicidad de su señora, se les sugiere que han de dejar a papá tranquilo porque está cansado. Él, mientras espera la cena, puede relajarse mirando la tele o dormir hasta que le avisan de que la cena está servida. “Y que hace ella? También está cansada pero  siente una obligación muy fuerte, con el carácter de un mandato incuestionable, que le dice que tiene que atender a su marido, porque el pobre está cansado –ella también, pero se dice a sí  misma que las mujeres son más sacrificadas, que los hombres gastan  más energía y que, por eso, se merece que ella lo atienda-. Los niños no dejan de demandar a mamá, y ella se pone nerviosa porque aún tiene que prepararles el baño, la cena, acostarlos.. Y cuando ha terminado y piensa que podrá descansar, su marido quiere tener relaciones sexuales, a las que se presta sin ganas por no decepcionarlo. Si estuviera relajada, tal vez sentiría deseo… Antes de dormirse, él le dice que al día siguiente ha invitado a cenar a casa a unos amigos que hace tiempo que no ve.  Cuando a base de repetir estas escenas la mujer se siente vacía y dolorida, va al médico, que le recetará antidepresivos para su malestar. ¿No es detectable, en esta escena imaginaria, una sucesión de violencia invisible? Cuando ambos regresan de sus respectivos trabajos fuera del hogar, a ella le espera otro dentro que no es compartido, lo que es ya una desconsideración a su cansancio. El presupuesto de que, por ser mujer, ella debe hacerse cargo de la casa se basa en una cuestión jerárquica que privilegia al varón y subordina a la mujer. La consecuencia inevitable es que el varón recibe el debido respeto mientras que la mujer, no. Lo mismo sucede cuando él le dice que ha invitado a cenar a unos amigos sin consultarles antes, puesto que la cena la tiene que preparar ella, un trabajo adicional que se le impone dando por supuesto que él tiene derecho a pedírselo. Ella no sabe por qué se siente tan mal después de ese día, que no es muy diferente de otros que está soportando desde hace tiempo. Y empieza a sentir un enorme peso en la espalda. 

El precio de sacrificarse.

Cuando a base de repetir estas escenas cotidianas, llega un momento en que se siente vacía, deprimida, con un dolor en todo el cuerpo: la espalda, las articulaciones… Va al médico. Lo más común es que este le recete rápidamente antidepresivos que le amortiguarán el dolor, pero también la posibilidad de emocionarse, de alegrarse; unas pastillas que la embotarán lo suficiente para que siga soportando su existencia descolorida. En casos extremos pueden llegar a tratarla de histérica porque los exámenes clínicos que le han hecho no muestran nada anormal. Y diciéndole que no tiene nada, ejercen sobre ella otra violencia invisible, porque descalifican su malestar real haciéndole creer que es infundado. Pero si no tiene nada, ¿por qué sufre tanto? Al día siguiente, llega al trabajo y hace un esfuerzo especial para concentrarse, pero la llaman para que vaya a buscar a su hijo a la guardería porque se ha puesto enfermo. Ese día su jefe tiene una entrevista importante y necesita contar con ella, por eso llama a su marido y le pide que vaya él. Pero él le dice que es imposible, que está esperando a un cliente muy importante, por lo que posterga la reunión con su jefe, que se muestra enfadado. Se va preocupada porque no es la primera vez que le sucede algo similar y teme perder su trabajo. Piensa que si fuera hombre, nadie esperaría que lo dejara todo para ir a buscar a su hijo, que tendría una mujer a su lado que le solucionaría esos problemas, que, si fuera un hombre, casarse habría sido la mejor de sus suertes. Pero es una mujer y se da cuenta de que esos sacrificios los está sosteniendo desde hace mucho. Y cualquier sacrificio que se sostenga demasiado tiempo hace que el corazón se vuelva indiferente en el mejor de los casos, cuando no rencoroso y desmotivado.

¿Pero sabría ella precisar las causas de su malestar? La culpabilidad le hace jugarretas tramposas: cuando siente rabia hacia su marido porque le parece que fue desconsiderado con ella, inmediatamente quiere olvidarse de lo que sintió. Piensa que no tiene derecho a criticarlo, que es un buen hombre y ella, en cambio, no es lo suficientemente buena mujer como para dedicarse a lo que considera su deber sin quejarse tanto. Después de todo, ¿no es algo que les suceda a todas las mujeres? Esta idea final confina a la mujer a un malestar creciente que paga con sus síntomas psicosomáticos, si tiene un carácter más reflexivo; o con un mal carácter que nadie se explica. Podríamos pensar también en situaciones en las que cada miembro de la pareja tiene su propio proyecto y estos colisionan, ¿Cuál se impone, entonces? En un alto porcentaje, el de él. A veces, incluso, suponen que la mujer deje su trabajo, su ciudad, a sus seres queridos... Para seguir a su marido, que tiene una oportunidad laboral en otro lugar. En  cuanto al manejo del dinero, se deja a las mujeres en libertad para decidir sobre los pequeños gastos que rigen la economía familiar, pero las inversiones de cuidado que atañen a intereses de la familia se dejan en manos de los hombres, sin contar casi con el consentimiento de sus mujeres. Cuando hay que cuidar a un familiar enfermo, ¿en quién recae la responsabilidad del cuidado? Salvo casos excepcionales, en las mujeres, no importa si trabajan fuera de casa o no. ¿No son estas situaciones violencias invisibles de cara a la paridad entre los sexos? Los hombres también lloran ¿No es también una violencia invisible para los hombres  negarles el acceso a la sensibilidad y presuponer que solo pueden ser agresivos, eficaces, proveedores económicos y poco más? ¿No es una violencia invisible pedirles que siempre estén dando pruebas de una masculinidad que parece no tener límites en cuanto a la fuerza que se les pide demostrar? 

Luis Bonino, médico especializado en el tratamiento de hombres maltratadores, dice el modelo hegemónico de masculinidad tradicional es altamente patológico. Y tiene razón, porque estar siempre en guardia para no ser sorprendidos en una debilidad implica un sobreesfuerzo; y también porque estos hombres suelen adoptar conductas de riesgo al pasar por situaciones de fractura emocional o de crisis al perder lo que sostenía su imagen de potencia; en suma del poder social. Del mismo modo, siguiendo la idea de Luis Bonino, también hay un modelo hegemónico de feminidad tradicional que resulta patológico para un buen desarrollo emocional. De cara a la prevención de la violencia, sería un gran avance invertir en trabajo terapéutico a fin de lograr una verdadera paridad, que no implica negar las diferencias.

Sexualidad Sin Prejuicios.

También hay otras violencias invisibles que afectan a chicos y chicas jóvenes que, al entrar en la adolescencia, se enfrentan al otro sexo. Se suele presuponer que la heterosexualidad es lo que debe imperar en esas elecciones, pero ¿qué sucede cuando no es así? Hay demasiados casos de suicidio en jóvenes que no pudieron soportar el silencio en el que se sumieron para no ser expuestos al rechazo o a la incomprensión homófonos que los catalogaría como inadecuados, enfermos o indeseables, debido a los prejuicios y al temor a que la propia identidad sea cuestionada o puesta en peligro. Pero no es necesario limitarse a la adolescencia para encontrar estas violencias. Cuando alguien se le pregunta si está casado, la cuestión se dirige a su orientación sexual, sea o no el que lo pregunta consciente de ello. Normalmente no lo es, pues a quien pregunta no se le ocurre que pueda haber otra orientación diferente de la heterosexual o, si se le ocurre, piensa que eso solo les sucede a personas raras o enfermas, no a las que parecen sanas. Este prejuicio supone muchas violencias invisibles, porque a quienes tienen otra orientación se les niega el derecho de amar, se les atribuye injustamente una patología y, sobre todas las cosa, se olvida el carácter altamente socializador que tiene Eros. Un olvido que, en un mundo como el que vivimos, lleno de guerras y destrucciones, es imperdonable. Se me pregunta por soluciones. Primero, ser consciente de la injusticia, paso previo para autorizarse a tener deseos propios. Segundo, darnos cuenta de que ninguna educación, por paritaria que sea, ni ningún imperativo legal serán suficientes para cambiar la desigualdad de derechos y de jerarquía si no somos conscientes del carácter atávico invariante e inconsciente de los mandatos de género que nos obligan a reproducir actitudes y a trasmitirlas, inconscientemente, a las nuevas generaciones. La única posibilidad de libertad es saber  a qué estamos sujetos para atrevernos a “des-sujetarnos”. Hay tratamientos terapéuticos que ayudan. Mientras. Bienvenidas sean la educación paritaria y las leyes que propician la igualdad, pues preparan el terreno para que esa libertad interior pueda ser ejercida y visible.

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Las violencias invisibles impregnan nuestra sociedad, lamentablemente muchas de ellas surge del nuestro propio genero. Cuantas veces no hemos escuchado a una madre aconsejarle a su hija que aguante a su marido indiferente y violento, por que “la mujer debe de sacrificarse por la familia”, o aun padre inculcándole a su hijo varón, “aguántate por que los hombres no lloran”. Estas frases e ideas llenan de sentimientos de desanimo y dolor a las nuevas generaciones, ya que son grandes factores para que una mujer sea dependiente y se quede en una relación violenta, y un hombre se vuelva violento por la incapacidad para expresar emociones.
La orientación para padres puede servir para detectar si estamos educando a nuestros hijos para una vida en pareja con violencia o unos hijos emocionalmente sanos con mayores posibilidades de éxito en sus relaciones de pareja.

Acércate podemos orientarte. Si vives violencia no permitas que continúe, busca ayuda hazlo por ti por los que te aman realmente.

Por: Lic. Psic. Felipe de Jesús Loranca Aguilar.