Del
mismo modo que el miedo es una emoción que nos protege de determinados
peligros, o cierto tipo de estrés puede resultar estimulante, la tristeza
también cumple su función evolutiva. Nuestra capacidad innata para sentirnos
tristes puede ser un incentivo para cambiar aquello que nos angustia, además de
ser llamada de atención que promueve la empatía.
El
pensamiento evolucionista proporciona una explicación del origen y de la
función de la mayoría de las características humanas. Según sus teorías, la
evolución del cuerpo y del comportamiento humano, debido a cambios en los
genes, puede haber dado como resultado la selección de aquellas características
que son más favorables para la supervivencia y la reproducción de la especie. Y
lo mismo ocurre con las emociones. Los diferentes estados emocionales son una
respuesta a señales, tanto externas como internas, que se hallan vinculadas a
un perjuicio o a una gratificación. Han evolucionado para lograr que los seres
humanos tengamos mayores posibilidades de supervivencia. El miedo, por poner un
ejemplo, es una emoción que nos ayuda a huir de una situación peligrosa,
mientras que el placer nos alienta a probar y a repetir las acciones que lo
producen, al igual que el sexo. Argumentemos similares pueden aducirse respecto
a otras emociones como la ira, la repugnancia y la tristeza.
La
tristeza se caracteriza por sentimientos de desventaja, pérdida e impotencia.
Es considerada una emoción contraria a la felicidad, que solemos experimentar
todos y que, habitualmente, no duran más que unos minutos; de modo que se
distingue el estado de ánimo triste, que es capaz de persistir desde unas horas
a varios meses, y de la aflicción debida a una pérdida, que puede mantenerse durante
mucho tiempo. La persona que está triste suele volverse más callada y distante,
menos activa. La tristeza evolucionó a fin de que las personas hiciéramos algo
respecto a las causas de dicha emoción, como puede ser realizar los cambios
oportunos en nuestra actitud o en nuestro modo de vida. Uno de los rasgos
básicos de la tristeza es que su manifestación constituye una petición de ayuda
a los demás. Es una emoción universal que lleva asociada una expresión facial
que reconoce una multiplicidad de culturas muy diferentes. No necesitamos
aprender a estar tristes: las personas ciegas de nacimiento, que jamás han
visto una cara triste, reproducen la misma expresión cuando se ven afectadas
por ese sentimiento. Los niños nacen con la habilidad de expresar la tristeza
en cuanto les asoman las lágrimas. Los chimpancés, que comparten con el hombre
un ancestro común, pueden parecer tristes cuando la vida se les pone en contra,
lo que indica que la tristeza tiene una larga historia en la evolución humana.
Al comparar los mapas cerebrales de una persona en estado de tristeza y en
estado de felicidad, se ha observado que cada estado de ánimo comporta unas
estructuras de actividad independientes. Por tanto, la tristeza no es la
ausencia de felicidad, sino una emoción con una función propia. La tristeza
suele originarse cuando tiene lugar una pérdida. La ventaja evolutiva y la
función biológica de estar triste hace que deseemos recuperar lo perdido, lo
que puede provocar que los demás sientan compasión y nos ofrezcan su ayuda. Un
estudio realizado con enfermos de cáncer puso de relieve que aquellos pacientes
que estaban tristes y tenían pocas esperanzas de recuperación suscitaban mayor
compasión por parte de sus médicos que los que manifestaban ira contra la
enfermedad.
La
tristeza está íntimamente vinculada a la pérdida de un hijo, del cónyuge, de un
familiar o de un amigo íntimo. Desde un punto de vista evolutivo, la tristeza
nos impulsa a recuperar los lazos de apego, por lo que es una emoción
adaptativa importante. Así, la ausencia de la madre, por breve que sea, puede
causar tristeza en su bebé y provocar que busque a su progenitora, lo cual
favorece su supervivencia. El apego también es significativo para las parejas;
la tristeza causada por la muerte del ser querido es el coste de haber estado
unidos, y puede actuar como una señal para pedir compasión y ayuda. No debemos
sentirnos culpables por sentirnos tristes, ya que forma parte de nuestra
evolución como personas. La tristeza es necesaria para superar los procesos
dolorosos que ocurren, inevitablemente, en nuestra vida. Sin esta emoción, quizá no seríamos capaces de discernir entre lo que
no importa demasiado y lo que realmente nos resulta más valioso.
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On the Threshold of Eternity, Vincent van Gogh |
Sin
embargo, es importante darnos cuenta cuando nuestra tristeza ha pasado a ser depresión,
aquí algunas características:
- Estado de ánimo irritable o bajo la mayoría de las veces.
- Pérdida de placer en actividades habituales.
- Dificultad para conciliar el sueño o exceso de sueño.
- Cambio grande en el apetito, a menudo con aumento o pérdida de peso.
- Cansancio y falta de energía.
- Sentimientos de inutilidad, odio a sí mismo y culpa.
- Dificultad para concentrarse.
- Movimientos lentos o rápidos.
- Inactividad y retraimiento de las actividades usuales.
- Sentimientos de desesperanza y abandono.
- Pensamientos repetitivos de muerte o suicidio.
En
artículos posteriores se hablara afondo de la depresión y cuando es necesario pedir
ayuda.
Publicado por: Lic. Psic. Felipe de Jesús
Loranca Aguilar.