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martes, 17 de enero de 2012

Adiós A Creer Que Estamos Incompletos, Adiós Al Príncipe Azul

Por Sergio Sinay

Adiós Ilusión Mía


Si aprendemos a valorarnos por lo que somos, si tomamos las riendas de nuestra vida sin esperar que otro venga a completarnos, podremos disfrutar al fin de una relación auténtica y plena. Decir adiós a los tópicos vanos significa dar la bienvenida al verdadero amor.
“El amor puede ser, a veces, mágico. Pero la magia es, a menudo, solo una ilusión.” Eso dice Steve Javan Jones, poeta, viajero y autor de El camino menos transitado. Y es que la tan famosa “magia” del amor ha dejado, a lo largo de la historia, una larga lista de heridos emocionales que luego andan por el mundo con el corazón cruzado por cicatrices que suelen doler de por vida. Esos pases mágicos nos hacen confundir enamoramiento con amor. Y, de veras, no son sinónimos. El enamoramiento es atracción instantánea, exaltación, pura sensación (aquel hormigueo en el pecho, la garganta que se te cierra, la convicción de que estás volando). Y es, también puro desconocimiento. Te enamoras de alguien en quien ves alguno o algunos de los atributos de tu hombre (o mujer) ideal. Esa persona con la que has soñado siempre, no importa que le falten muchas otras condiciones. Las completas con tu imaginación, con tu deseo, con tus ganas y voluntad de encontrar a tu media naranja.
Digamos, de paso, que si buscas una media naranja es porque tú te sientes la mitad de la fruta completa. Eres, por decirlo así, un 0.50 y para ser una unidad necesitas encontrar el 0.50 restante. Cuando eso ocurra, la suma llegará a 1.Pero hay un problema. Si tu otra mitad se va, se aparta, desaparece, dejas de ser alguien entero. ¿Cómo evitarlo? ¿Te sometes? ¿Lo sometes? ¿Te callas lo que piensas o necesitas para no incomodarlo? Estás a un paso de una relación basada en la dependencia. Y el amor significa autonomía, libertad, crecimiento, no dependencia, resignación, apego.

La Trampa De La Media Naranja.

Si buscas una media naranja, entonces puedes ser presa fácil de la “magia” del amor, es decir, de un ejercicio de ilusionismo. En el enamoramiento estamos ciegos, vemos lo que queremos con más facilidad que aquello que existe de veras. El amor se cuece a fuego lento. Empiezas a conocer de verdad a la otra persona. No es que no tenga los atributos que le viste y que te enamoraron. Pero había más, bastante más. Y a medida que la vas conociendo, puede ocurrir que te desencantes. O que te sorprendas. O que te llenes de intriga. O que te alcance un nuevo e inesperado entusiasmo. Un iceberg tiene una octava parte a la vista y siete octavas oculta. Ahora, el nivel del agua ha bajado y ves lo que no veías. Acaso estuvo todo el tiempo allí, ante tus ojos, pero los habías cerrado y soñabas. O quizás te habías encontrado con un artista de la manipulación y el ocultamiento. Aun así, contó en buena parte con tu colaboración, con tu disponibilidad.
¿Pero y si aquello que se va desvelando te gusta, te hace bien, confirma parte de lo que viste e intuiste o agrega nuevos e interesantes aspectos? Querrás saber más, internarte en la historia, conocer a la persona real, a quien está en cuerpo y alma detrás de la primera impresión, de la primera ilusión. Y te abrirás a que se te conozca, aun en aquellos aspectos que, acaso, mantenías en un segundo plano.
También, junto con lo que valoras y te atrae, aparecerán los aspectos de la otra persona con los que menos congenias, los que producen algún desencanto. Acaso también a él (o a ella) le ocurra lo mismo con respecto a ti. Para ese entonces habrá transcurrido un tiempo y habrás compartido experiencias, sueños, esperanzas… Puede que hayas atravesado malos momentos, ciertos desacuerdos, conflictos, dudas... Conocerán sus diferencias y, si siguen en el buen camino, aprenderán a armonizarlas, a vivir con ellas, con las que son irreconciliables (irreconciliables son las de valores, de historia, de origen o congénitas). Así como el enamoramiento es inmediatez, ilusión, desconocimiento, el amor se nutre de tiempo, de realidades y de conocimiento mutuo. Enamorarse no es malo, es una bella e inspiradora sensación que fomenta nuestra creatividad y nos despierta emocionalmente. El problema sobreviene cuando nos aferramos a todo lo que tiene de ilusión y nos resistimos a seguir el camino de la realidad.

Ni Príncipes En Corcel Ni Princesas Abnegadas

Todos tenemos un ideal amoroso. Le hemos dado forma a partir de nuestras necesidades. Hemos proyectado sobre él nuestra esencia, aspiramos a que sea como nosotros en nuestros mejores aspectos... Y también necesitamos que encarne lo que no somos, ya sea porque nos hemos postergado o negado en esos aspectos, o porque nos han convencido de que carecemos de tales atributos; que sepa lo que ignoramos, que pueda lo que no podemos, que se haga cargo de nuestra vida allí en donde nosotros no sumimos la responsabilidad. Y aplicamos este ideal sobre la persona de la cual nos enamoramos.
Decidimos que es el príncipe azul de nuestro cuento de hadas o la princesa dorada de nuestro relato heroico. Lo será de veras, hasta que sobrevenga la primera tormenta y los truenos de la realidad nos despierten y veamos cómo, con las primeras gotas de lluvia, el príncipe azul o la princesa dorada destiñen. O encogen. Entonces los veremos en su verdadera dimensión. Y allí deberemos preguntarnos si, más allá de la ilusión, queremos saber quiénes son de veras, cómo nos llevamos con esos seres reales, qué tipo de vínculo de mutua compresión, aceptación y construcción podríamos llevar adelante. O si optamos por despertar del sueño solo para correr en busca de la próxima ilusión. Y el siguiente desencanto.
Hay un camino que va del desconocimiento y la ilusión del enamoramiento al conocimiento y la certeza del amor. Todos los amores empiezan en el enamoramiento, pero no todos los enamoramientos acaban en amor. Para que esto ocurra debemos asumir que el sujeto de nuestro amor será, al fin y al cabo, alguien tan real como nosotros. Volvamos a Javan Jones: “No quiero ser todo para alguien, pero me gustaría ser algo para alguien”. Aplícatelo a ti y a la persona que amas. Busca que sea bueno, nutricio y reparador. Porque si quieres que sea todo, no habrá magia ni amor real sino simple y fugaz ilusión.

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El Trastorno de la Personalidad Dependiente es más común de lo que podríamos pensar y genera lazos afectivos dañinos para las personas que lo padecen, muchas veces surge de la ilusión de la pareja ideal, de la pareja sanadora, de la pareja salvadora. Nuestro fin como personas no solo se basa en procrear o en formar una familia “feliz”, hay metas grandes dentro de ti dispuestas a salir solo hay que permitirlo. Si decides tener una pareja, una familia, es mejor ver las cosas con el equilibrio del amor y la razón que podemos ver en la comunicación efectiva, el respeto, los limites claros, los acuerdos siendo estos satisfactorios para los dos y la comprensión de las pequeñas necesidades, tal vez absurdas para unos, significativas para ti.

Las personas que sufren este trastorno no confían en su propia capacidad para tomar decisiones. Es posible que se sientan devastadas por la separación y la pérdida de alguien y pueden hacer lo que sea, incluso sufrir maltrato, con tal de conservar una relación.

Libera tu amor, no te encadenes a alguien que no te ama.

Los síntomas del trastorno de la personalidad dependiente pueden abarcar:

  • Evitar estar solo.
  • Evitar la responsabilidad personal.
  • Resultar fácilmente lastimado por la crítica o la desaprobación.
  • Enfocarse demasiado en los miedos de ser abandonado.
  • Volverse muy pasivo en las relaciones interpersonales.
  • Sentirse muy perturbado o impotente cuando las relaciones terminan.
  • Tener dificultad para toma decisiones sin el apoyo de otros.
  • Tener problemas para expresar desacuerdos con otros.

Sin embargo no es todo lo que se puede decir del trastorno, si tienes dudas acércate con nosotros te podemos ayudar.

Recuerda: Al igual que otros trastornos de la personalidad, el trastorno de la personalidad dependiente se diagnostica con base en una evaluación psicológica así como en los antecedentes y gravedad de los síntomas.

Publicado por: Lic. Psic. Felipe de Jesús Loranca Aguilar