Por Julia Atanasópulo.
“Con el tiempo, el amor se apaga.”
“Al principio sí que me quería…” “lo bueno dura poco.” Frases como estas se
repiten con demasiada frecuencia, pero responden a un equívoco: no es el amor
lo que se agota, sino nuestra forma de relacionarnos con la otra persona. Para
que la pareja siga unida, hay que reaprender a amar continuamente.
Se nos rompió el amor de tanto
usarlo. Así lo expresa la canción, pero ¿será verdad que el amor se rompe o se
desgasta necesariamente con el paso del tiempo? Rotundamente no. Y no porque
piense que el amor es indestructible, sino porque son otras las causas de su
final. Causas que se reducen, básicamente, a dos:
- Resistirse
a modificar el vínculo conforme pasa el tiempo.
- Amar de
forma errónea.
En el primer caso, más habitual
en las parejas con pocos años de convivencia, el conflicto se instala si no se
modifica el vínculo a medida que pasa el tiempo; un cambio que es
imprescindible porque el amor no se agota, pero la forma de vincularse sí.
Imaginemos, por poner un ejemplo, qué sucedería si nos relacionáramos con
nuestro hijo ya adulto de la misma forma como cuando era bebé, vistiéndolo,
bañándolo, arrullándolo… delirante, ¿no? Ahora supongamos que una madre se
niega a cambiar la relación con su hijo y continúa tratándolo como cuando era
pequeño, ¿cuánto tardará su hijo en rechazarla y huir de su lado? Poco, muy
poco tiempo.
He visto muchas relaciones de
pareja cuyo amor está intacto, pero ellos están enfrentados continuamente. Y
todo por no querer aceptar que ya no se relacionan como al principio de
conocerse. Esto genera inseguridad, lo que lleva a estar pendiente de todo lo que
suceda y poner las conductas del otro bajo una lupa. Y no hay nada, pero nada,
que resista una lente de aumento. Para que este final, tan doloroso como
innecesario, no se produzca, debemos entender que la forma vincular debe
cambiar paralelamente el crecimiento de la relación. No podemos pretender vivir
como durante el primer año de convivencia –cuando ambos constituíamos una
pareja que aún se estaba conociendo y gozaba de toda libertad- después de seis
años de relación, dos hijos en común y toda nuestra vida modificada. Desde
luego, no podemos relacionarnos de la misma manera, y pretenderlo es colocar un
peso tan enorme sobre el amor que sostiene la relación que acabará por
asfixiarlo y matarlo.
El segundo caso, más propio tras
una larga vida en común, es el de las parejas que puede que amen muchísimo,
pero fracasa porque lo hacen mal. En este caso, el desgaste se produce por
cansancio y saturación. La persona se sabe querida, pero no se siente querida.
Según mi experiencia, estos casos suelen ser más abundantes entre las mujeres.
La historia suele ser siempre la misma. En el inicio de la convivencia él suele
enfadarse y dar voces por cualquier motivo. Ella, aunque sorprendida, le quita
importancia porque a los diez minutos se le pasa y está tan contento.En una
segunda etapa, después de un tiempo, ella también se enfada ante los estallidos
de su pareja y le pide que cambie. Accede, pero la historia continúa… En una
tercera etapa, ella decide anular todos los factores que provoquen el mal genio
de su marido. Así, vive casi asustada intentando cubrir, proteger u ocultar
todas las situaciones domésticas causantes de sus ataques de ira. Entonces
llega el resentimiento. En una cuarta etapa los estallidos que a él le duran
solamente diez minutos a ella, internamente, le duran diez días. Para no vivir
una guerra constante, ella no exterioriza su malestar, que se acrecienta
porque, además, la intolerancia de su pareja solo se manifiesta con ella, ya
que socialmente es encantador. En la quinta etapa, la mujer, después de mucho
tiempo y esfuerzo por cambiar la situación, después de vivir varios años
debatiéndose entre separarse o seguir, concluye que su pareja no cambiará y
decide adaptarse a ella. Este periodo dura algunos años más, hasta que llega la
última etapa, la del “creo que no quiero seguir aunque él cambie de actitud”.
La mujer siente que lo ha intentado todo pero que no es feliz, que no quiere
envejecer viviendo una inquietud constante.
Así en el primer grupo, el
pronóstico es bueno, ya que si esas parejas cambian su modelo vincular, podrán
caminar hacia una relación plena y duradera; en el segundo caso, el pronóstico
no lo es tanto. Es muy difícil cambiar una actitud que causa daño si no se
tiene conciencia del daño que provoca. Si la mujer no completa todas las
etapas, la convivencia continuará, pero pagando el precio de una insatisfacción
permanente. Debemos querer mucho; pero, además es necesario amar bien,
escuchando al otro y aceptando que el vínculo cambia. Pero si completa todas
las etapas, todo acabará, seguramente, en separación. La única posibilidad de
salvación es que él se dé cuenta de lo que sucede y lo resuelva antes de llegar
a la etapa final.
En conclusión: amemos mucho, pero
además, amemos bien. Cuidemos a nuestra pareja. Escuchemos lo que tiene que
decirnos. Aceptemos que la forma vincular se modifica con el tiempo, sobre
todo, hagamos que el ser amado se sienta tenido en cuenta. Con todo esto
comprobaremos que el amor no solo no se desgasta, sino que hace cada vez más
sólido y crece el sentimiento de estar junto a un compañero de vida.
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Aunque resulte paradójico, para
que un vínculo sea duradero, debemos aceptar que tiene fecha de caducidad, sin
embargo, esta cambia cada vez que maduramos ese amor. Ya que si llegamos a un límite,
y no modificamos conductas es donde la fecha de caducidad entra y el conflicto
inicia. Hay que alimentar el amor, madurarlo, que se modifique a las nuevas
experiencias de vida, a las necesidades actuales. Si lo dejamos como esta, este
caduca y es cuando surge la dependencia, el maltrato, el rencor, la
indiferencia, etc. El amor debe ser cuidado y cultivado diario no dejemos que
se marchite. Hay que aprender a amar. Hay que ser consientes que cuando decimos
“lo he intentado todo”, ese “todo” es solo la representación de lo que vemos y
creemos que es un “todo” y no es un todo real.
Por: Lic. Psic. Felipe de Jesús
Loranca Aguilar.