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martes, 16 de octubre de 2012

El problema no es el tapón de la pasta de dientes. Lo que hay detrás de las pequeñas discusiones.



Por. Sergio Huguet.

Detrás del carácter aparentemente ridículo de muchos conflictos de pareja, suele esconderse motivos relacionados con nuestra vulnerabilidad. Buscar el auténtico porqué evitará roces sin sentido.
Un destacado Terapeuta Gestalt, Michael Vincent Millar, relata en su libro Terrorismo Íntimo ese momento en el que, “un huevo frito deja de ser un huevo frito, como él dice,” es decir, el momento en el que una pareja comienza una discusión impresionante a la hora de la cena porque el huevo frito que forma parte del menú no lleva sal. A primera vista puede parecer ridículo, pero, no nos engañemos, todos hemos dicho a nuestra pareja eso de “Vamos, cariño, no discutamos por esta tontería”, en referencia a cuestiones tales como si hemos cerrado o no el tapón de la pasta de dientes. ¡Cuántos amores se habrán roto a lo largo y ancho del mundo por el dichoso tapón de la pasta de dientes! Con la lista de esas “pequeñas tonterías” que han hecho naufragar más de una relación de pareja se podría empapelar los muros de la Gran Muralla. Pero, ¿realmente podemos afirmar que una relación se puede romper a base de “tonterías”? Pues sí y no. Me explico: por un lado, debemos decir que sí, dado que la realidad sienta cátedra, y son reales los casos de separación de parejas que no dejaban de discutir y de entrar en conflicto por esas pequeñas “tonterías”. Pero, al mismo tiempo, esas “tonterías” no son más que el síntoma de una realidad más profunda y compleja. Lo explicaré con un ejemplo.

Una pareja ha quedado de verse al salir del trabajo en un punto de la ciudad para ir a visitar una exposición. Ella llega quince minutos tarde y él se molesta expresándole que ahora ya no vale la pena ir al museo con prisas, que mejor lo dejan. Ahora es ella la que se enfada y dice que si dejan de discutir y salen corriendo, aún están a tiempo de ver la exposición. Al final, tras veinte minutos de discusión, se dirigen al museo, pero, como era de esperar, cuando llegan ya están anunciando el cierre. Él le recrimina a ella de nuevo su impuntualidad; y ella a él, su rigidez. Esta discusión se repite cada dos o tres semanas de forma cíclica, cuando ella llega a las citas quince minutos tarde y él le recrimina la tardanza. Los dos, después de comprobar que se quedan crónicamente sin ver museos, películas y recitales, coinciden en que no hacen más  que discutir por “tonterías”, pero aun así no pueden parar de hacerlo.

Podemos pensar que tal vez sería mejor que se fueran al museo corriendo y que discutieran la cuestión a la salida, pero lo que ocurre es que la realidad es más compleja y profunda de lo que nos perece a primera vista. Cuando él llega a su cita puntual, está ansioso por verla a ella, no tano por ver la exposición. Él interpreta su propia puntualidad como un gesto de educación y de organización personal de su tiempo, cuando, en realidad, es una cuestión de ansia de amor. Cuando ella llega quince minutos tarde, sistemáticamente él lo interpreta como una falta de previsión en sus tareas, pero, en el fondo, digamos que, inconscientemente, lo que de verdad piensa es “Si me quisiera tanto como yo a ella, se presentaría a la cita tan puntual como yo “. Así pues, él se siente dolido y, en parte, abandonado por ella durante esos quince minutos. Pero como él no es totalmente consiente de lo que siente en el fondo de su corazón, discute con ella sobre la importancia de la puntualidad.
Ella, por su parte, como sabe que su pareja se mostrará contrariada cuando llega tarde, trata de hacerle ver que es absurdo perderse la visita al museo por discutir acerca de los quince minutos de tardanza. Pero, en el fondo, lo que también le ocurre a ellas es que se siente presionada por su pareja, por el ansia que demuestra de estar con ella. Y dado que él no sabe expresárselo claramente, ni es consciente en muchos momentos de que es esto lo que siente de verdad, entonces ella le replica la argumentación de la importancia de la puntualidad y de la organización personal. De esta manera, ambos están buscando una solución al conflicto abordando el tema de la puntualidad cuando, en realidad, el auténtico motivo de la discusión es otro. En el caso de él, la ansiedad que siente cuando ella llega tarde; en el caso de ella, la sensación de presión que experimenta cuando él le recrimina su impuntualidad. Pero, claro, les resulta más fácil discutir acerca de la puntualidad que no escucharse con honestidad y expresar qué es lo que verdaderamente les inquieta, adentrarse en los auténticos motivos que se esconden dentro de su corazón. Sin embargo, es importante que nos aventuremos a percibir con detenimiento nuestros sentimientos y las necesidades que comportan y que decidamos, después, expresarlos con transparencia y respeto ante nuestra pareja. Aunque por ello nos podamos sentir vulnerables, es así como podremos llegar a poner luz en la oscuridad de nuestros conflictos. Es cierto que en las discusiones es más fácil mostrarse enfadado que frágil, pero solamente si nos permitimos experimentar la vulnerabilidad con franqueza podremos llegar a sentirnos seguros y ver con claridad qué se esconde tras nuestros “pequeños” conflictos de pareja.

DARNOS PERMISO PARA ESCUCHAR Y EXPRESAR NUESTROS VERDADEROS SENTIMIENTOS EVITARÁ DISCUSIONES QUE NO TIENEN FINAL.

Por: Lic. Psic. Felipe de Jesús Loranca Aguilar.